En el 44 acaban para Carlos cinco años de 11 campos de concentración, la cárcel de Burgos, sacas de 50 hombres a las cuatro de la mañana para fusilar en el patio de la cárcel (un general republicano gritó: ¡mamá! en el momento de caer muerto). Su única esperanza, la derrota de Hitler. Cree firmemente que si el fascismo cae con la victoria de los Aliados, los millones de muertos españoles no habrán sido en vano. Pero no es así. Y después juicio sumarísimo y Madrid. Y el hambre. Su padre sin empleo y sueldo. Y la desesperación. Y más humillación, le imponen dos años de servicio militar, pero de soldado raso. Tiene 26 años y una herida que aún tiene abierta: su juventud perdida.